EI paraíso mecanizado
Los Estados Unidos son el resultado directo y puro de la
expansión europea, que pudo realizarse sin trabas espaciales ni
tradicionales en el vasto territorio virgen de la América Septentrional.
Allí surgieron de la nada ciudades, que desde su mismo origen
tuvieron el sello de la cantidad y del funcionalismo. Así se convirtió
en el país de las fabricaciones en serie, de las diversiones en
serie, de los asesinatos en serie: hasta las románticas bandas de
forajidos sicilianos se convertían en sindicatos capitalistas.
Hombres que habitan en "maquinas de vivir", construidas en
ciudades dominadas por los tubos electrónicos, han inventado esa
extraña ciencia que se llama cibernética, que rige
la fisiología de los "cerebros electrónicos" y que, en días
próximos, servirá para controlar los ejércitos de
robots. En ese país no sólo se ha llegado a medir los colores
y olores sino los sentimientos y emociones. Y esas medidas, convenientemente
tabuladas, han sido puestas al servicio de las empresas mercantiles. En
un libro titulado Cómo anunciar para vender, de W. B. Dygert,
aparece una tabla en que se clasifica entre 0 y 10 el poder de atracción
de los anuncios, según los sentimientos que utilizan:
Hambre: 9.2
Amor a los hijos: 9.1
Atrancción sexual: 8.9
Afecto a los padres: 8.9
Respeto a Dios: 7.1
Cordialidad: 6.5
Temor: 6.2
Los medios se transforman en fines. El reloj que surgió
para ayudar al hombre, se ha convertido hoy en un instrumento para torturarlo.
Antes, cuando se sentia hambre se echaba un mirada al reloj para ver que
hora era; ahora se lo consulta para saber si tenemos hambre.
La velocidad de nuestras comunicaciones ha valorizado hasta
las fracciones de minuto y ha convertido al hombre en un enloquecido muñeco
que depende de la marcha del segundero.
Los teóricos del maquinismo sostuvieron que la máquina,
al liberar al hombre de las tareas manuales, dejaría más
tiempo libre para las actividades del espíritu. En la práctica
las cosas resultaron al revés y cada día disponemos de menos
tiempo.
Los patronos, o el Estado Patrono, buscaron la forma de aumentar
el rendimiento mediante la densificación de la labor humana: cada
segundo, cada movimiento del operario, fue aprovechado al máximo,
y el hombre quedó finalmente convertido en un engranaje más
de la gran maquinaria.
No nos engañemos sobre la posibilidad de escapar a
este destino, mientras subsista la mentalidad maquinista. Si en muchas
regiones no se llegó aún a estos extremos es, simplemente
porque no hubo el tiempo suficiente. Este es el caso de la India, la China
y algunos países de Sud América, en que el tiempo sigue corriendo
"naturalmente", porque esa mentalidad no ha llegado a dominar todavía
en forma total. Aquí mismo en nuestra campaña, en algunas
provincias andinas o serranas, impera aún ese sentido feudal del
tiempo y del ocio, en que los hombres se rigen por el ritmo natural de
los astros y estaciones:
y somos desganados y criollos en el espejo
y el mate compartido mide horas vanas,
dice Borges. Yo mismo todavía recuerdo lo que
era la pampa de mi niñez, la diferencia entre nosotros los europeos
y los "hijos del país", para quienes el tiempo no existía
sino para "matarlo", para vivir tranquilo y despreocupado, para maldecirnos
a los gringos que habíamos venido con nuestras fábricas y
relojes.
Pero todo esto son restos menguantes de una época
condenada. Los versos de Borges son más la expresión de su
romántica añoranza que de su realidad, porque él mismo
vive en la enloquecida Buenos Aires y toma té. En nuestras grandes
ciudades desapareció ya esa sensación del tiempo cósmico:
nuestros altos edificios nos impiden seguir el crecimiento y el decrecimiento
de la luna, la marcha de las constelaciones, la salida y la puesta del
sol.