Esta lengua nuestra

Del mismo modo que la literatura norteamericana no ha salido de su estricta realidad, sino que es herencia de Ben Jonson, de Shakespeare y de Chaucer, y hasta esa admirable versión inglesa de los textos bíblicos (sin la cual no se concebiría la prosa de un Faulkner); así todos los escritores hispanoamericanos somos herederos de Cervantes, de Quevedo y hasta de los oscuros rapsodas del Cid. Pero esa herencia se propago en un gigantesco continente, a través de selvas y razas de deslumbramientos y odios novedosos, sufriendo alteraciones según esa dialéctica entre la creación y la tradición que rige todo proceso cultural. Porque la lengua venía desde el fondo de Castilla, pero en el instante mismo en que el primer español miró el cielo de América y tocó la tierra de América ni ese cielo era ya el cielo que había contemplado en su patria, ni la tierra la que hasta entonces lo había sustentado en su carne y en su espíritu; ni tampoco la palabra amor significó desde ese mismo momento lo mismo que allá, ni la palabra recuerdo, ni soledad ni tristeza. Y así, escritores separados por inmensidades de cordilleras y desiertos, realizaron luego el milagro de escribir en una lengua que esencialmente es la misma de sus antepasados y sin embargo distinta. Lo que debería inducirnos de una vez a terminar con las bizantinas discusiones acerca del verdadero castellano y de su sede absoluta o platónica, ya que los seres humanos no somos ni absolutos ni platónicos, sino carnales, corruptibles, cambiantes y sorpresivos.
Acaso deberíamos resucitar a Vossler en esta época de sistematizaciones científicas, pues uno de los efectos del terrorismo sociologista ha sido el olvido de este gran lingüista. Una de las consecuencias del avance de la mentalidad cientificista y el correlativo predominio de lo abstracto sobre lo concreto. Ya son muy pocos los que se preocupan por el pobre diablo de carne y hueso, excepto los autores de ficciones (no hay novelas de cuadriláteros ni de sinusoides) y algunos pensadores que son irónicamente considerados por los espíritus cartesianos. Al parecer, la codificación del hombre no es una desventura, que en el mejor de los casos debe ser mirada como un hecho inevitable, sino un progreso que debe alborozarnos. Esa misma mentalidad empezó a prosperar en las teorías del lenguaje, hasta esa suerte de neopositivismo que ha formulado una concepción despersonalizada y determinista del lenguaje. Vossler, en cambio, como Humboldt, invocaba la libertad del espíritu, y quizá también habría que reconocer entre sus antepasados al propio Kierkegaard, que defendía al hombre contra el sistema. Es cierto que Ferdinand de Saussure veía el lenguaje, también él, como una actividad bipolar entre el individuo y 1a sociedad, entre la libertad y la determinación, entre el estilo y la gramática; pero Amado Alonso, en un memorable ensayo, mostró que mientras Vossler consideraba positivamente el polo individualista y creador, Saussure lo veía como negativo, porque la libertad es siempre un obstáculo para las sistematizaciones, previas a toda ciencia.
La única lengua universal y absoluta es la de la ciencia, es decir, que la única lengua científica es la de la ciencia; lo que es una tautología, pero al menos es una verdad. Esa lengua que podemos y en rigor debemos expresar con símbolos algebraicos y letras griegas. Mientras que la lengua de la vida, la lengua en que nacemos y vivirnos, y sufrimos, y amamos, y morimos, nada tiene que ver con esas abstracciones: es un misterioso y equivoco medio de comunión, como es el arte, y por los mismos y profundos motivos de la creación artística. Y todo arte es individual, porque es la visión de una realidad a través de un espíritu que es único. Porque mientras la ciencia es la visión de la realidad a través de un espíritu prescindente, el arte lo es a través de un espíritu imprescindente; y esa "incapacidad" es precisamente su riqueza, lo que le permite dar la totalidad de la experiencia humana, esa interacción entre el yo y el mundo que constituye la realidad integral del hombre.
Si esto es cierto, también cada cual habla un idioma único, que no hay mas remedio que llamar idiolecto, palabra horrible que quizá sea sinónimo de estilo. Y así, si bien hay una lengua castellana, no solo esa lengua difiere de un territorio a otro de este vasto imperio lingüístico, sino que no es idéntica en cada uno de los hombres que la utiliza. Motivo por el cual hay un castellano cervantino y otro quevediano.
Conmovedor destino el de este idioma en estos mil años. Y revelador, como el arte, de los oscuros arcanos de nuestras naciones, porque a través de él sus pueblos - y sobre todo sus grandes poetas - revelan la substancia de una comunidad y los signos de su enigmático destino. También en este gran misterio de la Conquista de América por los españoles. No hay dudas de que fue a menudo cruel y despiadada, hasta sórdida y miserable. Pero si únicamente fuera cierto lo que cuenta la leyenda negra, los descendientes de las razas dominadas invariablemente deberían expresar su resentimiento. Y, sin embargo, dos de los más grandes creadores del idioma, mestizos, no solo escribieron en la lengua de los conquistadores, sino que cantaron su amor a España en poemas inmortales. Esta es la prueba - a través de los entrañables signos del idioma- de que la Conquista fue algo infinitamente más complejo e intrincado de lo que cuenta aquella leyenda: fue un profundísimo hecho espiritual, que después de medio milenio nos ha convertido en una comunidad. No conozco otro acontecimiento tan portentoso, si no es la sola excepción del Imperio Romano, que llevó su ley y su idioma a tierras lejanas de una manera tan honda y trascendente que todavía seguimos aplicando aquella ley y hablando dialectos de su idioma.